jueves, 28 de febrero de 2013

No dejen de verla ("Lincoln)



"No dejen de verla" -Ignacio García de Leániz-El Mundo-22-02-13

Me refiero a Lincoln,   y es que  hay determinadas películas que si se ignoran   queda uno como amputado  humana y espiritualmente. Y  esta es una de ellas siendo  un tratado político de altos vuelos que deja muchas cosas en franca evidencia. Y más en estos tiempos crepusculares que preludian un fin de Régimen, como ha pronosticado  Sebastian Schoepp en su reciente columna del Süddeutsche Zeitung dedicada  a nosotros (“Spanien: Diktatur der Korruption”, 24/01/13)  Por eso mismo  no creo que nuestras élites políticas acudan a verla ya que nadie gusta de  reflejarse  como Dorian Gray en el  espejo de su decrepitud.  No en vano Lincoln definió  la genuina  democracia  como "el gobierno de la gente, por la gente, y para la gente."   Y de eso habla la película.  Señal de más para  que nosotros, frustrados citoyens  -gente irritada en suma-   vayamos a verla. Y es que ya a solo nos queda llevar la contraria para ver si caen de una vez  los muros  de nuestra Jericó política.

Antes de adentrarnos en la obra, un breve inciso: me parece que Lincoln cierra con Argo y La noche más oscura una trilogía política nada casual  realizada por  Hollywood  en 2012,   repleta de simbolismo  geopolítico e histórico.    Así,   los dos últimos títulos   nos anuncian  el  definitivo adiós americano al mundo islámico  y el cierre del  duelo, tremendo,  del 11-S.  La sustitución del petróleo por la nueva fuente de energía que Estados Unidos ya explota en su seno- el gas del esquisto- posibilita  esta desconexión más que  estratégica.  Adiós  y vuelta a casa que queda plasmado en el Jumbo  que despega de Teherán- Argo- y en el abatimiento de Bin Laden con que se  cierra La noche más oscura. Las sombra fordianas de Centauros del desierto y  de El hombre que mató a Liberty Valance están ahí en el trasfondo de ambas. Vivir, decía sabiamente   Azorín, es ver volver.  

 Y  es justo  en este retorno de Estados Unidos  a un  hogar  ya energéticamente autosuficiente,  donde  Lincoln nos indica un  camino a seguir desde la  memoria colectiva americana   para no caer en los peligros del  ensimismamiento ni en  la división interna que ensombrece   hoy como ayer    el futuro estadounidense.  Además de rehabilitar el sentido profundo de la actividad pública en una democracia real.   Porque, y esa es la tesis del film,  la política para  Abraham Lincoln tiene dos quicios fundamentales: la consideración del Otro (en este caso la negritud) y  la Unidad como fundamento del bien común (en este caso la Unión frente a la Confederación). Tal  es el “New Deal” que  el decimosexto presidente   ofrece  a la joven  democracia americana en los  años de la Guerra de Secesión,  separada de Norte a Sur y del  Partido Republicano al Demócrata por la esclavitud.  

 El poder político tiene, pues,  por decirlo en términos de Aristóteles  un fin que lo trasciende.  Y un fin que es de naturaleza ética: el “bien común”, cuya noción hace mucho que hemos perdido en nuestro país.  Ética y política están, así  profundamente entreveradas.  En este sentido, sólo en éste que no es poco, la película es como su protagonista profundamente aristotélica.

Por eso el espectador asiste a una sucesión de problemas morales formidables a los que Lincoln ha de enfrentarse en el ejercicio de su  poder  presidencial acrecentado por las prerrogativas del  estado de guerra.  Y enfrentarse a tales tesituras  es ya de entrada aceptar el hecho moral. No piense el lector que  el problema sea solo  el de la esclavitud.  También los medios para que prospere la Decimotercera Enmienda.  Sin olvidar la conveniencia moral (o no)  de retrasar  la rendición sudista.   O el problema apenas insinuado de cómo tratar  la locura de su mujer y la desdicha matrimonial. O aquel otro de enviar a su hijo primogénito  al frente.  O si indultar  de la horca a un joven desertor de dieciséis años. Por no mentar la aparente  minucia de que el mantenimiento de una desvencijada Casa Blanca sufra la  inquisición presupuestaria de la Cámara de Representantes.  Quién lo diría hoy a la vista de  nuestras contabilidades.

Gobernar no es para Lincoln, a diferencia de nuestra gobernanza, una gestión de placeres. Ni mucho menos. Más bien lo contrario: es ir de incomodad a incomodidad moral, precisamente porque uno pretende fines moralmente relevantes.  Gobernar es, como le parecía a Carlos V, desazonarse. Frente al principio del placer  tan extendido entre nosotros,  vemos en la pantalla una ascética personal contraria a la erótica general  imperante. Pero ese esfuerzo virtuoso  de la voluntad política resulta profundamente agotador.  . Hacia el final de la película, el general Grant espeta a su Presidente: “En un año veo que ha envejecido como diez ¨. Y éste asiente  con voz premonitoria: “Siento ya  mucha fatiga en mis huesos”.   Adviértase para entender algunas  cosas nuestras que mientas   Lincoln ejercía un  liderazgo tal,  teníamos nosotros  a este lado del Atlántico a una figura como Isabel II.  

 Pero si  Lincoln resulta aristotélica en sus fines,   al mismo tiempo encarna  la Modernidad  en tanto que  la acción  política  es incoadora de  nuevos universos. Para nuestro estadista gobernar es  a su vez transformar y por lo  tanto el gobernante un fabricator mundi  generador de escenarios  nuevos como  lo es  aquella  América abolicionista en la que ya es posible un convivere civile antes impensable.   De esta manera Lincoln se adelanta  a la  profunda intuición del personaje  de  Robert Musil, muy siglo XX: “"Si existe el sentido de la realidad, debe existir también el sentido de la posibilidad.” Y habrá entonces  que conceder   en la política tanta importancia a  lo que es como a lo que no es, pero puede llegar a ser.  Y aquí entra en juego la facultad kantiana de la imaginación, de la que la película es perfecto ejemplo.    De ahí que podamos describir como “clasicismo ilustrado” la síntesis genial de la persona y  obra de nuestro protagonista.    

Un último apunte. Hay países que tienen vocación por lo más noble que  se ha  dado en  ellos.  Son, como la patria  de Lincoln, países que aspiran a la luz en medio de sus contradicciones  Y otros, el nuestro a la cabeza,  que  mantienen  una extraña querencia  por lo más sórdido e incivil de sus aconteceres  como si fueran   solo tierras de penumbra,  que no  lo son. Y de ahí proviene  tal vez  la  extraña melancolía que en España nos produce esta película: haber tenido personajes históricos de la benevolencia del estadista americano pero  que   yacen  en el sepulcro del silencio resentido.  Así nos va


 He now belongs to the ages”:Ya pertenece a la eternidad”. Con estas   palabras  el Secretario de Guerra Statson  certificó  la  muerte  del Presidente al amanecer  del 15 de abril de 1865. Ello supone  que  nosotros, hombres postreros de otro tiempo y lugar, podemos apropiarnos sin cargo alguno  de su enorme  figura No creo que sea  mal patronazgo   para   propiciar entre  nosotros   “el gobierno de la gente, por la gente, y para la gente."   Nótese que hablaba de gente, no de gentuza. Y para emprender  un   proyecto  así de  sugestivo como perentorio, un  consejo:   no dejen de verla.

domingo, 27 de enero de 2013

Un secreto perdido: el mecánico malagueño y Juan Ramón Jiménez


Esta experiencia profesional descrita por el autor de Platero y yo a modo de cliente vale mucho  más que varios cursos de calidad. Y desde luego, de lo que uno pueda escribir. Si de verdad el management se redujera a lo que el lector va a leer a continuación, muchos males que padecemos en la empresal y en este nuestro país desaparecerían como por ensalmo:

"Salíamos de Málaga, difícilmente. El coche se paraba a cada instante jadeando. Venían mecánicos de este taller, del otro. Todos le daban golpes aquí y allá sin pensarlo antes, tirones bruscos, palabras brutas, sudor vano. Y el coche seguía lo mismo. Con grandes dificultades pudimos llegar a un taller que nos dijeron que era muy bueno y estaba a la salida, cuesta de la carretera de Granada, no me acuerdo el nombre. Salió despacio al sol matinal, del ancho fondo negro, un hombre alto, lleno, sonriendo dueño de sí. Vino seguro al coche, levantó con exactitud la cubierta del motor, miró dentro con precisa inteligencia, acarició la máquina como si fuera un ser vivo, le dio un toquecito justo en el secreto encontrado y volvió a cerrar en ritmo y medida completos.

 - El coche no tiene nada. Pueden ustedes ir con él hasta dónde quieran.
- Pero, ¿no tenía nada? ¡Si lo han dejado por imposible tres mecánicos!
- Nada. Es que lo han tratado mal. A los coches hay que tratarlos como a los animales (no dijo personas). Los coches quieren también su mimo.

 Cuando dimos la vuelta y tomamos confiados y tranquilos la bella carretera alta, felices por obra y gracia del buen mecánico, entre la fuerte naturaleza rica de junio, yo miré atrás. El mecánico malagueño estaba azul en la gran puerta, las manos a la cintura, acompañando al coche con firma complacencia."

Y añade al final   Juan Ramón estas divinas, estupenda  palabras que podrían  esculpirse como lema en el frontispicio de una nueva generación dispuesta a reformar, una vez más, nuestro país:

"Trabajo gustoso, respeto al trabajo gustoso, grado sumo de la vida."

 (In: Juan Ramón Jiménez, El trabajo gustoso, Aguilar, México, 1961).

"El secreto de sus ojos": Anatomía de la función pública

Ignacio García de Leániz. Publicado en Expansión/02/01/10

Cuando Benjamín Espósito (Ricardo Darín), oficial de justicia jubilado, decide reabrir una causa penal archivada hace años, nos expone ante nosotros el sentido y trascendencia del empleo público y una reflexión sobre la figura del funcionario.

Tiene Argentina la extraña virtud de darnos regularmente películas de un elevadísimo nivel, a pesar de las dificultades extremas que allá padece la industria cinematográfica. Tal vez por eso mismo, los directores acuden a algo tan olvidado-y necesario- como es el talento para filmar con un presupuesto muy bajo y sin alardes técnicos obras como este thriller admirable de Juan José Campanella.

Pero además del interés propio que da el suspense de la autoría de un asesinato, su película es una magnífica reflexión sobre la realidad de la gestión pública- en este caso de la Justicia-, los peligros de su burocratización y la respuesta que en cada caso quiera dar el personal público asignado. Todo ello de gran actualidad para un pais como España con más de tres millones de funcionarios (cuyas nóminas suponen un 10,2% del PIB) y una queja generalizada sobre su calidad media de servicio desde que Larra denunciase el consabido «Vuelva usted mañana». Y mucho peor si hablamos de la Justicia.

Cartografía de un Departamento Público


Toda la primera parte de la película es un fresco vivo y detallado del funcionamiento de un Juzgado de Instrucción en el Palacio de Justicia de Buenos Aires, cuyo secretario es Benjamín Espósito. Hay detalles de pésimo servicio al ciudadano o un posible cliente interno: cada vez que suena el teléfono, el oficial –alcohólico- despacha la llamada fingiendo ser una empresa estrafalaria, para confusión del pobre demandante de servicio. Las salidas a tomar cafés (y copas) se suceden sin control alguno. La productividad es más bien baja, si ese concepto existe. Hay muchas horas llenas de vacío, por eso abunda el alcohol y el tedio. Los recursos tecnológicos son más bien escasos: se cosen a mano los expedientes como quien hace ganchillo y las máquinas de escribir mal escriben: no importa que estén defectuosas y que ello ralentice aún más el flujo lento de procesos. Nadie se queja y pide nuevas tecnologías, no vaya a ser que se modifiquen los hábitos de trabajo. El mismo Juez Titular posee una visión del servicio público donde los medios (procedimientos) priman sobre los fines (impartir justicia), enfermedad muy extendida llamada burocracia. Y esa visión va empapándose en su equipo de colaboradores: como burócratas huyen del riesgo y se sienten protegidos en sus reglamentos y dilaciones. Para ellos el ciudadano carece de rostro y apenas posee el nombre de un expediente. Nada más. Como acontece en tantos organismos públicos, pero también en nuestras empresas donde tantos son maestros en hacer muy eficientemente cosa del todo ineficaces para su cliente interno.

Y sin embargo, gran ironía, esa despersonalización de sus tareas y olvido de servicio al ciudadano hace que los tres principales integrantes de ese equipo de trabajo del Palacio de Justicia, acaben sin un yo personal también ellos. Por eso no es posible el amor entre Ricardo Darín y su fiscal jefe, Soledad Villamil. La despersonalización les ha alcanzado también a ellos y no cabe un canje de soledades.

El momento de la verdad: Excelencia y profesionalidad.


Y sin embargo en ese dolce far niente sucede un asesinato sádico. Al contemplar, en su calidad de funcionario judicial, el cadáver de la pobre victima Benjamín Espósito percibe que la justicia no es un mero procedimiento y modo de ganarse indolentemente la vida: es dar a cada uno lo suyo; en este caso hallar y llevar el culpable a los tribunales. La fiscal recién doctorada en Harvard también lo piensa. Advierten que su función pública tiene algún sentido y que éste esta ligado a reparar el sufrimiento injusto de una inocente. Para casos como esos reciben sus nóminas y el Estado les garantiza un empleo de por vida. De burócratas reactivos pasan a convertirse en profesionales activos. No es poca cosa.

Pero la burocracia y falta de profesionalidad generalizada se vuelve ahora amargamente contra ellos en su anhelo de justicia. Su magistrado jefe se desentiende del caso. Las jurisdicciones no están claras y los procedimientos priman sobre las investigaciones, bloqueándolas. Benjamín Espósito decide dar un salto mortal: forzar sus propios procedimientos para poder hallar al culpable. Pero la burocracia es implacable y su mecanismo ciego una vez puesto en marcha. El peso de la ley cae en forma de reprimenda sobre este funcionario de justicia que quería hacer… justicia: Kafka está presente en toda la película. El caso se archiva, olvidándose en la indolencia polvorienta de un sótano.

Y sin embargo el caso de la joven asesinada saca lo mejor –lo más humano y excelente- de la Fiscal, y en especial de Ricardo Darín y su compañero oficial alcohólico. Con una gran compenetración y creatividad van el secretario y el oficial desentrañando la compleja madeja del crimen. Sin apenas medios ni recursos actúan de manera tremendamente eficaz y productiva, todo lo contrario del ambiente de trabajo en el Juzgado. La película nos ofrece aquí un formidable ejemplo de trabajo en equipo y objetivo común, donde las limitaciones personales de ambos –alcohol en uno, frustraciones afectivas en otro- se complementan con el intercambio de sus fortalezas (inteligencia analítica de uno, constancia del otro). Todo ello de manera metódica pero sin caer en la burocratización mortal. Como si la persona para ser valiosa también en la función pública necesitara menos procedimientos y más fines visibles que den trascendencia a su tarea.

Y las evoluciones tan positivas que a partir de aquí va sufriendo cada miembro de este trío funcionarial (fiscal, secretario y oficial) parecen dar plena razón a aquel viejo imperativo de Píndaro: «¡Llega a ser lo que eres!». Sólo hace falta descubrirlo, como le ocurrió a un anodino funcionario de justicia llamado Benjamín Espósito. Por eso la película es tan valiosa.

Ignacio García de Leániz. Consultor de comportamiento humano

viernes, 25 de enero de 2013

Los peligros del liderazgo hipnótico

In: Expansión, CinedeGestión, 12/01/13, Ignacio García de Leániz

En esta sobrevalorada película  se nos muestra el magnetismo que el fundador de la Cienciología ejerce sobre sus  adeptos, permitiéndonos reflexionar sobre los riesgos de un liderazgo carismático.

Una reflexión previa para el  lector: sospecho  de un tiempo a esta parte  que debido a la Crisis que afecta también y tanto al cine,  la crítica tiende a deshacerse en elogios de producciones  muy mediocres. O de malas películas, llegado el caso. Es una muestra más- y bien penosa-  de esa otra  crisis de   la veracidad que padecemos donde no se dice lo que se piensa realmente sino lo que conviene.  Y  ejemplo  de ello es esta película, tan encumbrada,   que  resulta una clara  muestra de la fascinación que el siglo XX y el nuestro tienen por las anormalidades humanas, los  personajes  patológicos y las  vidas mal planteadas por peor  vividas.  Como si existiera una extraña ”vocación por lo sórdido”  cuya  morbosidad nos está resultando, además de tediosa, bien devastadora.  Así vamos.

Y es esta atmosfera tortuosa la que  recrea   la película, cuyo argumento es, en el fondo,  bien pobre: y cuanto menor es el argumento de una vida humana menos humana se nos hace, precisamente, esa vida.  Una  mente muy enferma,  la de Freddie Quell, cuyo vivir carece de  argumento,   se encuentra casualmente con Lancaster Dodd  personaje inspirado en Ron Hubbard, el fundador de la Iglesia de la Cienciología.    Quell queda fascinado por él y  a partir de ahí –y de las hipnosis que le hace, como a tantos otros adeptos-  se convierte en su asistente y seguidor.  Y ello a pesar de la charlatanería y evidente locura del líder en cuestión.  Como si ambas patologías  –la psicopatía  sexual del subordinado y la psicosis megalomaníaca del Maestro- se llamasen la una a la otra.  Una forma de lo que la psiquiatría clásica denominaba como “Folie à deux” o trastorno psicótico compartido que se transmite de uno a otro. 

Cuando  el líder hipnotiza

Resulta  menos  infrecuente de lo que se piensa que una entidad  pueda caer bajo un líder tan charlatán y de tan escasas virtudes humanas como el Maestro de la película con sus miles de seguidores de la Cienciología. Por desgracia hemos conocido casos análogos en la empresa; también, sin ir más lejos,  en la consultoría.   El carisma, cuando no está apoyado en el carácter y en el control de la realidad, deriva en delirio y sometimiento.  Y, a la vez, cuanto más desnortado  y vulnerable estén los colaboradores más poder de atracción-como Dodd-Hubbard ante Quell- tendrá  el  jefe en cuestión. De tal manera que podemos establecer la siguiente ley: el poder de líder carismático  resulta  inversamente  proporcional al grado de salud mental - esto es, de control de la realidad-  de las personas que integran una organización



 Lealtad versus fidelidad

 Ante ello, se me ocurre que una buena manera de prevenirse frente a la hipnosis que puede ejercer un directivo carismático consiste en plantearnos una sencilla pregunta: ¿me exige lealtad o me exige fidelidad?  No significan lo mismo ambos concepto en las relaciones profesionales. Mientras que la lealtad exige reciprocidad por parte del jefe hacía mí y resulta  bidireccional,  la fidelidad no recibe nada a cambio yendo de mí  a mi jefe sin ningún retorno: es unidireccional. La primera se da entre adultos - salud mental-  que tienen simplemente diferentes roles en el trabajo. La segunda entre personas inmaduras  –fragilidad mental- que se basan en  relaciones de sometimiento.

Pero son reflexiones que no justifican una película que frente a sus pretensiones y promociones,  resulta muy poco humana. Y es que fatigados de tantas penumbras  aspiramos  secretamente hoy también  a  las claridades. Esas que nos vela la película y nos hacen personas.  


                                                   Ignacio García de Leániz Caprile
Profesor/Consultor de Recursos Humanos
Universidad de Alcalá de Henares

jueves, 24 de enero de 2013

"Argo" o cómo gestionar junto al abismo


In Expansión CINEDEGESTIÓN por Ignacio García de Leániz, 13/01/13

 

El asalto a  la embajada americana en los días más convulsos de la Revolución Islámica que derrocó al Sha, nos da pie a una magnífica película que apunta a los principios que ha de tener una gestión y un liderazgo en momentos  críticos como los nuestros.


¿Cómo sacar del Teherán de Jomeini, a seis  diplomáticos americanos refugiados clandestinamente  en la embajada  canadiense?  La cuestión no es nada fácil puesto que no saben de  su existencia las temibles autoridades persas.  Y en el momento que lo sepan su vida valdrá cero.   Y sin embargo, la película histórica de Ben Affleck  planta cara al desafío y nos narra con maestría algo de mucha actualidad, ahora que tantas empresas y países –especialmente el nuestro- han visto los ojos al abismo: cómo no quedarse paralizado por su mirada y a pesar de los pesares planificar, ejecutar y controlar. Esto es,  no renunciar a un management  que tenga en cuenta tanto la precariedad como el miedo, precisamente para  poder gestionarlos sin negar su evidencia y  sin paralizarse ante  ellos: como Ulises ante las sirenas.  Por eso me parece de obligada visión  esta gran película  sumamente oportuna.

Claro que para ello hay que centrarse en la figura real  de su  protagonista- Tony Méndez (Ben Affleck) especialista de la CIA en rescate de rehenes- y  en el tipo de liderazgo que va ejerciendo a lo largo de todo el Proyecto diseñado por él.  Lo que    nos ofrece las siguientes pautas de actuación.

1. Acudir al Talento: Es época de talentismo, esto es,  de los mejores. No podemos –El Departamento de Estado  tampoco podía en la crisis de Teherán - dejar de dar paso a  las personas con talento, que se define por tres variables: “capacidad y compromiso en un contexto adecuado. Ahí radica  la “inteligencia ejecutiva” que Tony Méndez despliega para conseguir un objetivo tan problemático.  Mario Monti es otro ejemplo del “recurso al talento” en circunstancias también abisales.  En el mundo empresarial  tampoco cabe  alternativa.  Habrá, pues,  que revisar a fondo los mecanismos de promoción, desarrollo y gestión allí donde radique el capital intelectual. Y fundamentar el nuevo liderazgo que se reclama   en el talento.  El plan urdido por Tony Méndez –con la  colaboración de Hollywood- es un monumento a dicho  talento y a esa “nueva mente” sobre la que tanto  ha escrito Daniel Pink: una síntesis entre imaginación creadora e inteligencia lógica.   

2. Gestionar  la precariedad: No podemos tener un enfoque del management como el de  épocas anteriores de seguridades que ya no volverán. Lo precario apunta a la indefinición y fragilidad. En la empresa española actual, 2014 es ya  largo plazo y el próximo verano acaso  medio.   Tony Méndez sabía bien que su Plan -sin posibilidad de Plan B- pendía de un hilo.  Por ello los requisitos de calidad de su estrategia están perfectamente  detallados. Y es que  podemos definir la calidad como la contratuerca de la precariedad.   Pero  también la gestión de lo  precario nos enseña que habrá que  optar a menudo  por “el plan menos malo, dentro de unos planes todos malos”, como aduce  nuestro protagonista ante sus superiores. Un baño de realismo: gestión de la calidad con planes imperfectos.   Y rodeados además de gente tan imperfecta como nosotros. Sólo cuando Méndez se muestra humano.-esto es, imperfecto- el grupo de rehenes cree en él y en su plan.  Son las ventajas de lo precario.

3. Convivir con el miedo: todo el Proyecto que se desarrolla en la película está dominado por el miedo: miedo en los rehenes, miedo en la Administración americana, miedo, a menudo oculto, en el mismo Méndez.  Claro que lo contrario sería pura insensatez conociendo lo aventurado  del plan. Una de las causas de nuestra crisis-también empresarial- ha sido la supresión del sentimiento del miedo.  Y tanta represión explica que ahora aparezca desaforado.  Aristóteles nos dio la solución: la prudencia ejecutiva se opone tanto a la temeridad  como al temor infundado. En ese sentido, Tony Méndez es profundamente aristotélico: no se asusta del miedo;  lo asume y  conlleva.   Tal vez porque llevaba grabada en su interior una frase memorable de Roosevelt: “En la vida hay algo peor que el fracaso: no haber intentado el éxito.” Me parece que resume estupendamente la  película. Y, de paso,  nuestra tesitura. 

  Ignacio García de Leániz Caprile
Profesor/Consultor de Recursos Humanos
Universidad de Alcalá de Henares

miércoles, 23 de enero de 2013

Apoteosis del "hombre-masa" en la Banca


                                                                           El jardín de las delicias.   El Bosco.

"El ‘hombre-masa’ en la banca",  Ignacio García de Leániz Caprile en El Mundo 14/11/2012


En las grandes crisis históricas, redundaba Ortega, no sabemos bien lo que nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa: no saber lo que nos pasa». Y en esas andamos, radicalmente desconcertados, como el náufrago que se sabe con vida pero arrojado a una tierra que adivina incógnita. Vivimos en un «ya no» del mundo de ayer hundido el verano de 2007 y un «todavía no» de un porvenir fraguándose en las entrañas de esa gran partera que para Hegel era la Historia. Y no puede uno abdicar de la voluntad de comprender -la gran tentación en tiempos de crisis- si queremos resolver acertadamente los quebrantos y desafíos en ciernes. La coyuntura actual es también en gran medida una crisis del pensar, sobre todo de ese «pensar alerta» que nos permite en aguda expresión castellana «verlas venir», justo lo que no hemos hecho. Y así andamos a la intemperie en lo colectivo y personal, lo que nos lleva a la actual parálisis política, económica, social y biográfica tan definitoria de los últimos años de la realidad española.

Para tratar de paliar tales oscuridades comprensivas tiene el lector una obra tan esclarecedora como malinterpretada, y muy superficialmente leída cuando no conscientemente ignorada. Que contiene, sin embargo, claves para entender algunos fenómenos que suceden ante nuestros ojos perplejos. Y una de ellas es el concepto y tipología del hombre-masa que el mismo Ortega desarrolla en su «librocandil» La rebelión de las masas, aparecido no por casualidad en el premonitorio año de 1929.

Recordemos la caracterización que allí hace Ortega de ese tipo psicológico del hombre-masa que resulta un «modo de ser» que aparece en la Historia para, nada menos, que protagonizarla. Así, entre sus comportamientos peculiares se halla que ha conseguido alcanzar refinamientos y ventajas antes reservados a grupos selectos y minoritarios. Mas, en esta su subida del nivel histórico, sucede -lo padecemos cada día en el mundo político y empresarial- que se queda solo con los placeres inherentes pero rechaza los deberes, responsabilidades y esfuerzos que su protagonismo social precisarían. Por eso toma la civilización -y la auténtica economía es una de las formas supremas civilizatorias- como algo dado naturalmente de la que solo cabe el disfrute como principal beneficiario. De ahí que, describe gráficamente Ortega, esta personalidad tan primaria «desea el automóvil y goza de él, pero cree que es fruta espontánea de un árbol edénico». A lo que se ve, puro señoritismo de Narciso nada esforzado.

No por casualidad el capítulo XI lo titula Ortega «La época del señoritosatisfecho», ya que la personalidad básica del hombre-masa coincide con el cuadro sintomático del niño mimado que nos sirve «como una cuadrícula para mirar a su través el alma de las masas actuales». El hijo mimado no está orientado a la colaboración social ni al bien común sino a formas patológicas de existencia basadas en la hipertrofia neurótica del yo. De ahí que nuestro pensador tipifique al «hombre masa-niño mimado» como un ser dominado por una «radical ingratitud», cuya raíz se encuentra en una peculiar y morbosa desatención hacia los otros. Todo lo cual le lleva a una triple indocilidad -política, intelectual y moral- que tantos malestares y disfunciones explica en nuestras horas presentes.

Pero todo ello produce, además, una profunda angostura de las posibilidades vitales e históricas: y es que este tipo psicológico no se proyecta hacia unas metas, pues carece de dimensión futura, sino que pretende ser lo que todos e igual a todos, en la dimensión temporal del ahora. Y en el ahora, no hay previsión, ni provisión ni planificación, ni, por lo tanto, rigurosa gestión añadimos de paso. Por eso, sentencia Ortega, no resulta este tipo humano ni creativo ni original: tan solo meramente reactivo, y sobre todo, pasivo o «inerte». Por eso, añadimos nosotros, se da la paradoja de que se erigen en élites que no dirigen, dando lugar a una profunda crisis del liderazgo.

Hasta aquí la perspicaz lucidez de Ortega hace más de 80 años y que tantas cosas ilumina de nuestro presente. Pero aprovechemos el caudal de intuiciones orteguianas para tratar de explicar una de las causas principales de nuestro marasmo económico actual: la profunda desmoralización a manos del hombre-masa del sector financiero, sin parangón en la Modernidad, una de cuyas grandes obras fue precisamente la banca.

Mientras el tipo genérico de hombre y mujer masa tomaba indisimuladamente el poder político hace décadas -entre nosotros su epítome fue el Gabinete de Rodríguez Zapatero del 14 de marzo de 2004- y se iniciaba una honda decadencia funcional e institucional de lo que es un vivir y convivir democráticos, también la empresa española -las del Ibex 35 incluidas- íbase erosionando por la acción de unos núcleos directivos muy concomitantes con el arquetipo del hombre-masa. Quien conozca el perfil de los winners en las dos últimas décadas del entorno empresarial español, encontrará muchos rasgos, demasiados, de aquel «señorito satisfecho» y «niño mimado» que explica tanta mediocridad dirigente y auto-complaciente, tan escasa competitividad y la postergación de los mejores en los núcleos de decisión. No muy diferente a la catástrofe paralela sucedida en nuestra Universidad.

Por desgracia, nuestro sistema financiero tampoco resistió el embate de los asaltos que ejercía el tipo genérico del individuo-masa. En las Cajas fue decisiva la ley de 1985 que entregaba uno de nuestros mayores logros civilizatorios -por su obra social- a un poder político en manos ya del hombre arquetípicamente masificado. En la banca, la vigencia social del imperio de las masas y la deserción de las minorías rectoras incluidas las Escuelas de Negocios- llevó a que accedieran a los puestos de alta dirección gente que estaba, perdefinitionem, huérfano de toda moral como nos previene Ortega: «No es que el hombre-masa menosprecie una moral anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna». Los mecanismos de evaluación, promoción y retribución de las instituciones financieras incentivaron el ascenso irresistible, según el principio de semejanza, de aquellos individuos que más se circunscribían al perfil descrito. El triunfo, que siempre supone la derrota de la sociedad, de la psicología del individuo-masa quedó asegurado, sin crítica ni control social.

Así pues, una de las grandes claudicaciones de nuestro sistema ha sido, primordialmente, la entrega de las entidades depositarias del ahorro nacional, junto a sus instituciones supervisoras, a la barbarie de estas nuevas élites financieras cuyas ideas propulsoras no son sino «apetitos con palabras», y su modo de actuar un «recreamiento satisfecho y gozoso en sí mismo» según la descripción orteguiana. Y a partir de ahí, la gran catástrofe financiera que padecemos originada por una gestión hecha desde la barbarie -es decir, desde la ausencia de normas- que arroja un saldo de un rescate de 100.000 millones de euros y una deuda externa acumulada de otros 800.000 millones, aparte el tema de las preferentes y la deuda subordinada.

Ante tal escombrera, resulta urgente buscar profesionales que pertenezcan a otro linaje bien distinto, y que bien pudieran constituir una suerte de Generación del 12, laboriosa, abnegada y resueltamente eficaz. Y pertrechada de ideales y deberes contrapuestos a lo incivil que nos ha diezmado. Para impedir que Atila no prosiga su obra, que, en su barbarie, tan cara nos ha salido.

Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares.

martes, 22 de enero de 2013

Pequeñas alegrías et non paucas


La  dramatización que nos regala Magadalena Kozená del aria 5 de  la cantata 30 de Bach vale por muchas fatigas. Es sin duda una recreación bien feliz.  Decía  con mucha razón  San Bernardo: Habet mundus iste noctes suas et non paucas:" Tiene este mundo sus noches y no son pocas". Ya se ve que no pasa el tiempo para las grandes verdades ahora que son  días  umbríos. Podía el de Claraval haber sentenciado simplemente que el mundo tenía sus oscuridades sin más, pero esa coda punzante - et paucas- nos susurra   que sabía  muy de  primera mano de qué va esto de la vida.  Y eso nos lo hace bien cercano, salvando los siglos.  Por eso mismo  uno valora mucho  esta luminaría tan simpática  para el  oido  y  la vista que  nos dona  la Kozená con la gratuidad  del "porque sí".

Macbeth decía   que la vida era un  cuento narrado por un idiota lleno  de ruido y furia. Y que nada significaban.  Frente a ese sound and fury, que tiene mucho de cierto y más en estos días,  se alza este cuento visual "bien temperado" donde halla  descanso  el espíritu con  los sentidos.   

 Tiene, es verdad, sus noches este pobre mundo.  Y sus idiotas, ciertamente . Pero también sus mañanicas de   Kozenas que lo hacen habitable.