"No dejen de verla" -Ignacio García de Leániz-El Mundo-22-02-13
Me refiero a Lincoln, y es que hay determinadas películas que si se ignoran queda uno como amputado humana y espiritualmente. Y esta es una de ellas siendo un tratado político de altos vuelos que deja muchas cosas en franca evidencia. Y más en estos tiempos crepusculares que preludian un fin de Régimen, como ha pronosticado Sebastian Schoepp en su reciente columna del Süddeutsche Zeitung dedicada a nosotros (“Spanien: Diktatur der Korruption”, 24/01/13) Por eso mismo no creo que nuestras élites políticas acudan a verla ya que nadie gusta de reflejarse como Dorian Gray en el espejo de su decrepitud. No en vano Lincoln definió la genuina democracia como "el gobierno de la gente, por la gente, y para la gente." Y de eso habla la película. Señal de más para que nosotros, frustrados citoyens -gente irritada en suma- vayamos a verla. Y es que ya a solo nos queda llevar la contraria para ver si caen de una vez los muros de nuestra Jericó política.
Antes de adentrarnos en la obra, un breve inciso: me parece que Lincoln cierra con Argo y La noche más oscura una trilogía política nada casual realizada por Hollywood en 2012, repleta de simbolismo geopolítico e histórico. Así, los dos últimos títulos nos anuncian el definitivo adiós americano al mundo islámico y el cierre del duelo, tremendo, del 11-S. La sustitución del petróleo por la nueva fuente de energía que Estados Unidos ya explota en su seno- el gas del esquisto- posibilita esta desconexión más que estratégica. Adiós y vuelta a casa que queda plasmado en el Jumbo que despega de Teherán- Argo- y en el abatimiento de Bin Laden con que se cierra La noche más oscura. Las sombra fordianas de Centauros del desierto y de El hombre que mató a Liberty Valance están ahí en el trasfondo de ambas. Vivir, decía sabiamente Azorín, es ver volver.
Y es justo en este retorno de Estados Unidos a un hogar ya energéticamente autosuficiente, donde Lincoln nos indica un camino a seguir desde la memoria colectiva americana para no caer en los peligros del ensimismamiento ni en la división interna que ensombrece hoy como ayer el futuro estadounidense. Además de rehabilitar el sentido profundo de la actividad pública en una democracia real. Porque, y esa es la tesis del film, la política para Abraham Lincoln tiene dos quicios fundamentales: la consideración del Otro (en este caso la negritud) y la Unidad como fundamento del bien común (en este caso la Unión frente a la Confederación). Tal es el “New Deal” que el decimosexto presidente ofrece a la joven democracia americana en los años de la Guerra de Secesión, separada de Norte a Sur y del Partido Republicano al Demócrata por la esclavitud.
El poder político tiene, pues, por decirlo en términos de Aristóteles un fin que lo trasciende. Y un fin que es de naturaleza ética: el “bien común”, cuya noción hace mucho que hemos perdido en nuestro país. Ética y política están, así profundamente entreveradas. En este sentido, sólo en éste que no es poco, la película es como su protagonista profundamente aristotélica.
Por eso el espectador asiste a una sucesión de problemas morales formidables a los que Lincoln ha de enfrentarse en el ejercicio de su poder presidencial acrecentado por las prerrogativas del estado de guerra. Y enfrentarse a tales tesituras es ya de entrada aceptar el hecho moral. No piense el lector que el problema sea solo el de la esclavitud. También los medios para que prospere la Decimotercera Enmienda. Sin olvidar la conveniencia moral (o no) de retrasar la rendición sudista. O el problema apenas insinuado de cómo tratar la locura de su mujer y la desdicha matrimonial. O aquel otro de enviar a su hijo primogénito al frente. O si indultar de la horca a un joven desertor de dieciséis años. Por no mentar la aparente minucia de que el mantenimiento de una desvencijada Casa Blanca sufra la inquisición presupuestaria de la Cámara de Representantes. Quién lo diría hoy a la vista de nuestras contabilidades.
Gobernar no es para Lincoln, a diferencia de nuestra gobernanza, una gestión de placeres. Ni mucho menos. Más bien lo contrario: es ir de incomodad a incomodidad moral, precisamente porque uno pretende fines moralmente relevantes. Gobernar es, como le parecía a Carlos V, desazonarse. Frente al principio del placer tan extendido entre nosotros, vemos en la pantalla una ascética personal contraria a la erótica general imperante. Pero ese esfuerzo virtuoso de la voluntad política resulta profundamente agotador. . Hacia el final de la película, el general Grant espeta a su Presidente: “En un año veo que ha envejecido como diez ¨. Y éste asiente con voz premonitoria: “Siento ya mucha fatiga en mis huesos”. Adviértase para entender algunas cosas nuestras que mientas Lincoln ejercía un liderazgo tal, teníamos nosotros a este lado del Atlántico a una figura como Isabel II.
Pero si Lincoln resulta aristotélica en sus fines, al mismo tiempo encarna la Modernidad en tanto que la acción política es incoadora de nuevos universos. Para nuestro estadista gobernar es a su vez transformar y por lo tanto el gobernante un fabricator mundi generador de escenarios nuevos como lo es aquella América abolicionista en la que ya es posible un convivere civile antes impensable. De esta manera Lincoln se adelanta a la profunda intuición del personaje de Robert Musil, muy siglo XX: “"Si existe el sentido de la realidad, debe existir también el sentido de la posibilidad.” Y habrá entonces que conceder en la política tanta importancia a lo que es como a lo que no es, pero puede llegar a ser. Y aquí entra en juego la facultad kantiana de la imaginación, de la que la película es perfecto ejemplo. De ahí que podamos describir como “clasicismo ilustrado” la síntesis genial de la persona y obra de nuestro protagonista.
Un último apunte. Hay países que tienen vocación por lo más noble que se ha dado en ellos. Son, como la patria de Lincoln, países que aspiran a la luz en medio de sus contradicciones Y otros, el nuestro a la cabeza, que mantienen una extraña querencia por lo más sórdido e incivil de sus aconteceres como si fueran solo tierras de penumbra, que no lo son. Y de ahí proviene tal vez la extraña melancolía que en España nos produce esta película: haber tenido personajes históricos de la benevolencia del estadista americano pero que yacen en el sepulcro del silencio resentido. Así nos va
“He now belongs to the ages”: “Ya pertenece a la eternidad”. Con estas palabras el Secretario de Guerra Statson certificó la muerte del Presidente al amanecer del 15 de abril de 1865. Ello supone que nosotros, hombres postreros de otro tiempo y lugar, podemos apropiarnos sin cargo alguno de su enorme figura No creo que sea mal patronazgo para propiciar entre nosotros “el gobierno de la gente, por la gente, y para la gente." Nótese que hablaba de gente, no de gentuza. Y para emprender un proyecto así de sugestivo como perentorio, un consejo: no dejen de verla.
A los que hemos estudiado leyes en España, después de la transición a la democracia y con nuevos planes educativos en la universidad y en el colegio, que distaban mucho del rigor y la excelencia académica (a pesar de sus limitaciones y posibles graves defectos)con que se enseñaba y educaba durante el régimen franquista, esta película sobre Lincoln, abre una brecha en la memoria del abogado, juez o fiscal, que nos permite rebuscar en nuestros recuerdos aquellas(aunque mínimas)clases magistrales con las que catedráticos y profesores nos enseñaban los principios generales del derecho que fundamentan las sociedades democráticas occidentales, que sirvieron de base para la recuperación de la normalidad en la vida del ciudadano europeo y americano después de la II GM. Es por eso oportuno elogiar esta película que valientemente muestra como el deber político va íntimamente ligado al deber moral. Estamos asistiendo atónitos a un golpe de estado silencioso, continuado y letal de las instancias públicas través de las que se articula la democracia nacional y occidental. Ya no podemos solamente denunciar los abusos y delitos de muchos empresarios, banqueros, políticos, especuladores, mafias y de gente de rango real que se están produciendo y estamos permitiendo en los últimos años en España. Se necesita invertir en la educación ética y moral de nuestros niños y jóvenes con urgencia alarmante para que ellos puedan restaurar y exigir la responsabilidad penal y civil a estos delincuentes de altos vuelos. A nosotros no nos queda sino que abonar el terreno para la nueva siembra, involucrándonos en la actividad civil organizada, exigiendo libertad interna en los partidos políticos y una financiación totalmente transparente, que sirvan de base para la creación de nuevos partidos políticos (me temo y me alegraré!,que en menos de 5 años asistiremos a la desaparición del bipartidismo! en España) al tiempo que sigamos formándonos (vencer la terrible pereza! pecado capital actual por excelencia!) y nos alimentemos esperanzados, contemplando y analizando los perfiles humanos que como Lincoln o la reciente fallecida Dama de Hierro, impulsaron una vida dedicada al Bien Común y la libertad del ser humano, sacrificando su vida personal y devolviendo a la función pública la dignidad que se merece.
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